domingo, 14 de diciembre de 2014

Las líneas de Nasca y Greenpeace.

Un hecho insólito ocurrió la semana pasada con ocasión de la celebración en Lima de la Reunión de las Naciones Unidas sobre el Calentamiento Global, llamada COP 20. Mientras que se debatía en su interior los compromisos de los países ricos y los que están en vías de desarrollo sobre el tratamiento que cada cual iba a efectuar sobre la protección de la naturaleza, el agua y las emisiones tóxicas, la conocida agrupación Greenpeace no tuvo mejor idea que cometer un latrocinio monumental, un magnicidio gigantesco. 
 
Las líneas de Nasca constituyen un ícono del patrimonio de la humanidad, una de las banderas de la oferta turística del Perú y orgullo de la nación y América Latina. Valiéndose de su ganado nombre en la comunidad internacional, esta organización quiso transmitir un mensaje a la COP 20 diciendo: Time for change. The future is renewable.

Pero el delito cometido se traduce en que este mensaje fue escrito con grandes letras sobre las mismas líneas, concretamente en la figura más famosa: El Colibrí. Aprovechando la noche, cerca de 20 personas ingresaron a esas pampas con un camión llevando equipos y materiales pisoteando las líneas y huellas, en forma clandestina y sin conocimiento de las autoridades peruanas. En suma, un traicionero asalto al patrimonio cultural y sagrado del mundo.

El turismo ha sufrido acá un rudo golpe bajo de parte de Greenpeace a quien le teníamos simpatía. El daño físico efectuado es como rayar la Monalisa del Louvre o echar martillazos a las Pirámides de Egipto o la Muralla China de manera que lo hecho es irreversible. El Ministerio de Turismo del Perú efectivamente  hace una gigantesca promoción de esta obra de arte con la que ha logrado informar y persuadir a una demanda cada vez mayor que llega directamente desde cruceros en el cercano puerto de Pisco, en  buses y avión desde Lima.

La cadena de producción de servicios, inversiones y empleos que generan por sí mismas las líneas son  parte del sustento de las economías de las provincias concernidas. Lo que se mueve aquí es por la fuerza espectacular que propicia el turismo generando desarrollo y crecimiento. Pero ahora las cosas se complican por el accionar irresponsable de Greenpeace.

Lo que sigue ahora es la intervención de la justicia para identificar y encausar a sus autores quienes merecen un severo y ejemplar castigo que se paga con cárcel y el desprecio de  los peruanos por haber mancillado uno de nuestros sentimientos más entrañables. Por otro lado, le corresponde a las autoridades del turismo recomenzar y seguir remando.

La lección a extraer es que esas inmensas líneas ubicadas en un desierto en cientos de kilómetros deben de reforzar su vigilancia, protección e investigación arqueológica para evitar futuros accidentes de esta naturaleza. El turismo peruano ha sido golpeado. No más Greenpeace en el Perú.

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